Ideas en borrador a partir de algunas lecturas sobre el enfoque de los sistemas complejos. Para irlo trabajando.
Parte I
Alguien le había regalado a mi abuelo, educador y persona de gran curiosidad, un ejemplar de Ciencia y Desarrollo, revista mexicana de divulgación científica. La revista tenía algunos años, era de 1978, quizás 1979.
Allí había un artículo con el intrigante y emocionante título de “Las bases físicas de la autoorganización de la materia, las estructuras disipativas y la evolución”, firmado por un tal Miguel Ángel Jiménez Montaño. Un párrafo destacado al inicio habría llamado la atención de quienes tenían alguna curiosidad ya no sólo por la Física, si no por las Ciencias Sociales, en particular por el fenómeno de la revolución social: “La posibilidad de dirigir el proceso de evolución histórica de las sociedades radica en una nueva concepción del tiempo y coincide con lo conceptos de la época en que vivimos...”. Dentro del texto, de apenas 8 páginas, aparecían nociones como “sistemas complejos”, “estructuras disipativas”, “redes de reacciones químicas no lineales”, “mecánica newtoniana”, “mecáncia cuántica”, “sistemas económicos”, “sistemas sociales”, “entropía”, “ “formación social”, etc.
De manera más o menos explícita, el artículo sugería que en dichos conceptos estaba la clave para comprender el universo completo, desde las partículas sub-atómicas hasta los grandes cambios históricos. (Uno podría hacer una conexión con la literatura fantástica de Borges, quizás por su pretensión de totalidad, o bien porque este post sobre un artículo rescatado de una biblioteca se asemeja a la recensión de un libro imaginario. Pero a diferencia de los tomos que hablan de Tlön, Uqbar y Orbis Tertius el texto de Jiménez Montaño sí existe).
El artículo también mencionaba varios nombres que han vuelto a aparecer en los libros que ahora estoy leyendo. Puedo reconocer un par de ellos: Georgescu-Roegen, Ilya Prigogine.
El primero, indicaba el artículo, “expuso claramente el carácter termodinámico de la economía y las implicaciones que la ley de la entropía tiene en este campo”. Volví a encontrarme el nombre de Georgescu-Roegen en un libro introductorio a la economía ecológica y los movimientos ecologistas a inicios de los 90, titulado "De la economía ecológica al ecologismo popular” (reseña), del catalán Joan Martínez-Alier (entrevistado aquí por Aristegui).
Jiménez Montaño también refiere la publicación del texto más importante de Georgescu-Roegen, bajo el titulo de “La ley de la entropía y el problema económico” en el número 18 de Ciencia y Desarrollo (enero-febrero, 1978). Parece que es el mismo artículo en otra traducción, incluido en "Ensayos hacia una Economía en Estado Estacionario" por FCE de México (resumido: ideas principales de Georgescu-Roegen). En España se ha publicado una antología con varios artículos de este economista rumano: Ensayos bioeconómicos.
Ilya Prigogine, por otra parte, es un nombre que se volvió muy citado por los profesores de epistemología en la universidad. Jiménez Montaño lo menciona en relación con las ciertos experimentos que mostraban cómo el caos molecular observado en un líquido sometido a una fuente de calor, por ejemplo, podía dar lugar súbitamente a una estructura bellamente ordenada (esa es la noción que conservé en mi memoria). Más adelante, el artículo relaciona esto con los temas de la “autoorganización de la materia” y la evolución (la interrogante sobre cómo surgieron las moléculas y luego las células que están en el origen de la vida). Ahora me entero que Prigogine revolucionó la Química y la Física, y que recibió el Premio Nobel en 1977. (Artículo en español sobre el aporte de Prigogine).
Estos conceptos originaban hacia la década de 1970 una ruptura en la noción aceptada del tiempo y la continuidad: el cambio ya no era una excepción al desarrollo lineal (predecible), si no la norma, y así el mundo resultaba ser caótico, decían algunos. De allí las “matemáticas del caos” que se volvieron muy populares con el libro y la película Parque Jurásico. De hecho, la moraleja de ese libro (y de la película) es que los ecosistemas, los seres vivos no se pueden controlar como se puede hacer (hasta cierto punto) con los sistemas llamados lineales (predecibles).
Al final del artículo, el autor hacía una reflexión acerca del cambio en los sistemas sociales, a partir de las ideas expuestas sobre el cambio no lineal en los sistemas biofísicos. Sin utilizar la palabra revolución, Jiménez Montaño razonaba lo siguiente: “Como saben los estudiosos del marxismo, el desarrollo de las fuerzas productivas (pertenecientes a la base económica) procede de manera continua; pero los cambios en las relaciones económicas existentes y su superestructura se realizan abruptamente y dan lugar a las transiciones de una formación social a otra. Estas inestabilidades son análogas a las que se encuentran cuando se habla de la termodinámica no lineal” (énfasis propio).
La analogía plantea la cuestión de cómo pensar dichos cambios no predecibles y “abruptos”. Por mucho tiempo la imagen de la olla de presión que estalla ha sido una de las metáforas más recurridas al pensar las revoluciones. Si no hay "presión social" no hay revolución. Pero desde Gramsci hemos tenido que tomarnos en serio la dimensión cultural de esta cuestión. ¿Y si la cultura y las ideas también se comportaran como sistemas que cambian por medio de saltos abruptos? Eso ya fue planteado por Thomas Kuhn en su texto sobre las revoluciones científicas, aunque no estoy seguro que Kuhn utilizara la noción de "sistema".
El siguiente post en este blog estará dedicado a reflexionar un poco sobre esa cuestión, pues comprender cómo un sistema de pensamiento se transforma o sustituye a otro para dar solución a los retos planteados por una situación de crisis me parece de la mayor importancia en este momento de la historia humana.
Post II
¿Podemos esperar un cambio generalizado en nuestra cultura y esquemas de pensamiento para construir una sociedad más justa y menos destructiva de la naturaleza? El post anterior trata de un artículo publicado hace más de 30 años en una revista de divulgación científica mexicana, donde se exponen algunos desarrollos de las ciencias naturales que alimentaron lo que ahora se conoce como teoría de sistemas, o enfoque de los sistemas complejos (fuentes). Creo que este enfoque puede alimentar reflexiones muy provocadoras sobre los cambios de paradigna mencesarios en este momento de encrucijada de la humanidad.
Los ecosistemas, las relacione socio-económicas y la cultura son ejemplos de tales sistemas complejos, llamados así porque su comportamiento no se apega a los esquemas “mecanicistas”, relativamente sencillos, que han dominado las ciencias naturales y sociales, y que sólo de manera paulatina se han venido abandonando.
Esa inercia en los conceptos y teorías que dan coherencia lógica y legitimad a las decisiones de los distintos actores y fuerzas políticas y sociales resulta preocupante, en vista de la lentitud o indiferencia con que se atienden los problemas relacionados de la pobreza, la desigualdad socio-económica y la destrucción ambiental. Una de las frustraciones más grandes para muchas personas comprometidas en el cambio social es precisamente porqué si dichos problemas se nos muestran tan evidentes no se ha dado un cambio de actitud o de conciencia generalizado que lleve a modificar las actuales jerarquías y estructuras económicas y políticas.
A lo mejor sucede que en el fondo todavía comprendemos muy poco sobre cómo ocurren los cambios en la cultura y esquemas explicativos que sustentan el cambio institucional, es decir, que marcan la pauta de la acción social bajo nuevos parámetros.
El artículo ya referido, contiene una reflexión que me parece de utilidad al respecto. Dice Jiménez Montaño: “Como saben los estudiosos del marxismo, el desarrollo de las fuerzas productivas (pertenecientes a la base económica) procede de manera continua; pero los cambios en las relaciones económicas existentes y su superestructura se realizan abruptamente y dan lugar a las transiciones de una formación social a otra. Estas inestabilidades son análogas a las que se encuentran cuando se habla de la termodinámica no lineal” (énfasis propio).
Al hablar de termodinámica no lineal, Jiménez Montaño presenta como ejemplo una clase de sistema --digamos un líquido-- que al ser calentado pasaba por una fase de “caos” molecular (hervor, por ejemplo) para luego formar, súbitamente una estructura reticular bellamente ordenada [buscar gráfico]. Este fenómeno de estructuración se podía mantener dado el flujo externo de energía adecuado para dicho estado. En todo caso, el fenómeno mostraba que un estado de equilibrio pude surgir súbitamente de una condición de caos/inestabilidad. Es interesante notar que fenómenos equivalentes se presentan en algunos ecosistemas que permanecen en un estado de equilibrio pero que al ser sometidos a una perturbación (inestablidad) pueden pasar a un nuevo estado de equilibrio, distinto al anterior.
Ambos ejemplos nos hablan del cambio, pues se presenta una transición desde una estado inicial a un segundo estado. Por otra parte, hay un tipo de cambio que no se presenta gradualmente, si no abruptamante. Desde mi punto de vista, tal es el caso de la adopción generalizada de “nuevas” ideas y esquemas de pensamiento en el conjunto de una comunidad. (Ello no quiere decir que las nuevas ideas no se manifestaran antes, si no que por algún motivo eran ideas minoritarias, quizás marginales).
Véase que la cultura y sus esquemas de pensamiento, sus paradigmas podríamos decir, esos que jusfitican la forma en que organizan las sociedades, sus economía y su relación con la naturaleza, son sistemas altamente resistentes al cambio. A lo mejor, como sugiere el artículo de Jiménez Montaño, una forma nueva de organizar los elementos de estos sistemas (un nuevo estado de equilibrio) sólo surge de la inestabilidad de las estructuras anteriores. Dicha sustitución --de una estructura de pensamiento/cultura por otra-- se presentará de modo abrupto.
La historia de los cambios en el pensamiento científico sugiere que cambios generalizados en el modo de pensar de una comunidad ocurren cuando una interrogante (científica en este caso) no encuentra solución dentro de los esquemas (teorías, métodos) usados tradicionalmente y, por el contrario, la solución la ofrece un esquema nuevo, no considerado previamente. Por ejemplo, muchas observaciones sobre el movimiento de los planetas del Sistema Solar parecían inexplicables hasta el Siglo XVI, y sólo pudieron explicarse satisfactoriamente cuando se aceptó que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no al revés. Ese cambio de paradigma no se dio sin resistencia, recordemos el juicio que El Vaticano le hizo a Galileo. Sin embargo, el dogma de la Iglesia Católica este asunto al final resultó irrelevante pues el nuevo paradigma respondía satisfactoriamente a las preguntas que la comunidad de astrónomos se planteaba desde su ciencia.
En el mundo de las teorías sociales y económicas la persecución de los nuevos paradigmas ha sido todavía más cruenta, cuando se han visto cuestionados intereses económicos, jerarquías sociales y políticas. Mientras el mundo está urgido de politicas públicas que den solución a la pobreza, la grotesca desigualdad económica y la destrucción ambiental, gobiernos y agentes económicos siguen aplicando los viejos esquemas, basados en una ciencia social conservadora. En la acera contraria, entre quienes luchan por el cambio radical, todavía nos encontramos con estrategias políticas basadas en modelos mecanicistas sobre el cambio social y la revolución.
Probablemente los cambios generalizados en los esquemas culturales y de conocimiento demanda la crisis humana y ambiental del presente sólo se den cuando una situación (considerada) extrema ya no pueda recibir una solución coherente por parte de quienes se aferren a los conceptos y esquemas de pensamiento todavía hoy hegemónicos. En este punto es inevitable para mí recordarme de la película El día que la Tierra se detuvo (2008), cuyo mensaje es a la vez esperanzadora y preocupante: podemos cambiar, sí, pero lo hacemos en que una situación extrema nos obliga a buscar soluciones colectivas en el cajón de las ideas que habíamos desechado por “radicales”, “subversivas”, “románticas”, “idealistas”, “utópicas”, “iconoclastas”.
Mientras una parte de la humanidad sigue apegada con fe ciega a los esquemas que no pueden solucionar la pobreza, la desigualdad, la destrucción ambiental, es necesario que cultivemos ese conocimiento (y sentir) subversivo, actualizándolo a las circunstancias cambiantes, cuidando que no se convierta en el dogma de una secta si no que, por el contrario, se encuentre accesible a la comunidad en su conjunto.
Cambio social y sistemas complejos
Publicado por
El Editor
on sábado, 6 de noviembre de 2010
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